Para
ilustrar esta entrada hemos escogigo un estracto del libro “Madrid rojo y
negro: milicias confederales” de Eduardo de Guzmán".
Las milicias
confederales acuden al punto de mayor peligro. Son varios millares de hombres,
curtidos en las luchas contra la burguesía. Muchos han salido de la cárcel el
19 de julio. Todos abandonaron sus casas el primer día de la traición y no
volverán a ellas hasta llevar entre sus manos la victoria. Van decididos,
resueltos. Pañuelos rojinegros al aire, monos proletarios, el fusil acariciado
como una novia.
PARA MADRID HAY, durante todo el mes de agosto, una obsesión: la sierra. Sobre la sierra se vuelcan todos los efectivos del fascismo castellano. Las guarniciones de Valladolid, de Segovia, de Salamanca, de Zamora, de Logroño, de Burgos y de Palencia, con millares de falangistas y requetés se agolpan en los pasos serranos. Mola quiere tomar a toda costa la ciudad de Madrid. Quiere aprovechar los momentos de desconcierto y desorientación, cuando todavía no hay un ejército organizado, para forzar las montañas del Guadarrama y tomar la capital de la revolución. En todas partes, por desgracia para él, encuentra hombres decididos, resueltos, heroicos. Suplen, a fuerza de valor, la falta de conocimientos militares. Caminan hacia la victoria impulsados por el entusiasmo.
Muy cerca de paredes en lo que fue un campo de futbol y antes del aeródromo ya encuentras las primeras posiciones Nacionales en la misma carretera.
El enemigo lo sabe; los
restos de nuestro Estado Mayor también. Pero mientras los fascistas atacan con
energía e ímpetu, el Ministerio de la Guerra no sabe qué hacer por organizar la
resistencia. En realidad no existe. Todo el viejo armatoste del Estado se ha
hundido en menos de una semana. En Guerra quedan unos señores con bastantes
galones y estrellas, con despachos suntuosos, con varios teléfonos al alcance
de la mano. Pero sin tener a quien mandar ni quien los obedezca. Conocen el
peligro que amenaza a Madrid; saben que sin agua estamos perdidos, y se cruzan
de brazos desorientados e impotentes.
En las presas del Lozoya
hay una compañía de carabineros y unos cuantos guardas de los canales. Están
asustados, perdidos. Si los fascistas siguen avanzando, si rompen la débil
resistencia que puedan oponerles por un flanco los que combaten en Somosierra,
carabineros y guardas no podrán hacer más que morir o huir. El agua estará
perdida. Y con el agua, Madrid.
Posición nacional pegada a la carretera
Las milicias confederales
acuden al punto de mayor peligro. Son varios millares de hombres, curtidos en
las luchas contra la burguesía. Muchos han salido de la cárcel el 19 de julio.
Todos abandonaron sus casas el primer día de la traición y no volverán a ellas
hasta llevar entre sus manos la victoria. Van decididos, resueltos. Pañuelos
rojinegros al aire, monos proletarios, el fusil acariciado como una novia. En
todos los corazones, alegría. En todos los cerebros, la idea fija de ganar
cuanto antes la batalla.
La noche del 27 de julio se duerme en
Torrelaguna. Por la mañana del 28 se emprende temprano la marcha. No se puede
perder mucho tiempo. La situación es angustiosa. Los hombres de Galán no pueden
moverse de Somosierra, donde el enemigo presiona. Al mismo tiempo, millares de
fascistas avanzan sobre las presas. Anteayer mismo tomaron Prádenas del Rincón.
Ayer entraron en Paredes de Buitrago. Si hoy lograsen pasar de La Serrada no
habría ante ellos obstáculos de ningún género.
Posición nacional
En La Serrada se apean los
hombres de los camiones. Mora habla brevemente a los compañeros. Luego, de
acuerdo con los delegados, del Comité de Defensa, ordena la formación de
grupos, centurias y batallones: «Cada veinte hombres formarán un pelotón que
elegirá un delegado. Cinco pelotones forman una centuria. Cinco centurias un
batallón...».
En pocos minutos están
formados los pelotones, las centurias, los batallones. Los mandos son elegidos
por los propios compañeros. Mera es designado delegado general de la columna.
Mora mandará un batallón. Eusebio Sanz, una centuria. Pronto cada hombre está
en su puesto: «¡Ahora, en marcha! ¡Viva la FAI!».
La columna marcha por una
carretera estrecha que se retuerce entre las montañas. No se sabe exactamente
donde está el enemigo, aunque se supone que muy cerca. Hay que avanzar con
precauciones, esperando que la batalla se inicie en cualquier momento. No
tarda, efectivamente, en comenzar. Los fascistas -tercios escogidos de la
Guardia Civil, requetés de boina roja, soldaditos que pelean con la pistola de
los oficiales clavada en la nuca- han seguido su avance después de tomar
Paredes. Ocupan todas las alturas que rodean el pueblo. Dejan incluso una
especie de entrada para envolver en sus fuegos a los milicianos que caminan
alegres hacia el combate.
Posición republicana
A
un kilómetro de Paredes empieza el tiroteo. Son primeros disparos sueltos. Es
inmediatamente un combate en regla. La traición dispone de buenas
ametralladoras, de morteros en abundancia, de cañones. Nosotros sólo tenemos
unas pocas ametralladoras y un solo cañón. El enemigo es superior en número y
ocupa posiciones ventajosas. Pero nada de esto contiene ni arredra a los milicianos
confederales. Por la montaña arriba, con decisión heroica, trepan las
centurias. Por la carretera barrida avanzan otras directamente hacia el pueblo.
A la derecha de la carretera, desde una alta montaña que domina todas las
cercanías, un tercio de la Guardia Civil dispara sin descanso. La centuria que
manda Eusebio Sanz escala los peñascos, combate de risco en risco, corona las
alturas a las pocas horas de comenzar la lucha. Mientras, el batallón de Mora
penetra en las primeras casas del pueblo. Al llegar a la plaza les hacen fuego
desde todas partes. Caen algunos compañeros. Nadie se entretiene en contarlos.
Hay que seguir el avance. Otras centurias y otros batallones pelean por el
flanco izquierdo, conquistan las lomas, alejan el peligro. A mediodía el pueblo
es nuestro ya.
Posición republicana
Pero los fascistas saben toda
la importancia que Paredes tiene. Es el camino obligado de las presas. Es la
seguridad de conquistar Madrid en un plazo corto, acaso sin disparar un tiro.
De Somosierra reciben rápidamente refuerzos. Con ellos se lanzan al
contraataque. El momento es difícil para nosotros. Sobre Paredes, sobre La
Serrada, sobre las lomas y los caminos empiezan a caer obuses en abundancia.
Los hombres, sin embargo, resisten bien. No están acostumbrados aún a la
explosión de las granadas. Pero ya saben pegarse al suelo, esperar sin moverse
del sitio a que pase la tormenta de hierro y fuego. Cuando, después del
bombardeo, los fascistas quieren avanzar, tropiezan con una barrera
infranqueable. Durante varias horas hablan sin interrupción ametralladoras y
fusiles. Sacrifica el enemigo centenares de hombres. Todo es inútil. Al caer la
tarde, las posiciones conquistadas por la mañana siguen en nuestro poder...
Las milicias confederales
han frenado en seco el avance fascista hacia las presas del Lozoya. Mola tiene
confianza sin límites en esta operación. Pero la operación le falla en sus
comienzos. Para ello ha bastado el valor, el ímpetu, la decisión y el coraje de
un puñado de anarquistas. Ante sus ilusiones se ha levantando de pronto una
muralla de corazones. En adelante, serán inútiles cuantos esfuerzos
desesperados pueda realizar para pretender romperla...
Durante más de un mes se
pelea sin interrupción entre los breñales de Paredes, Prádenas, La Serrada y
Puebla de la Mujer Muerta. Durante más de un mes se trabaja y pelea a un
tiempo. Sin abandonar el fusil, los compañeros excavan las peñas. Poco a poco
van surgiendo las primeras fortificaciones, la primera línea defensiva. Después
se construye la segunda y tercera. En pocas semanas habrá una intrincada red de
trincheras y parapetos entre el fascismo y las presas codiciadas. Pronto,
aunque lograse romper nuestro frente, su intento se estrellaría contra la
segunda o la tercera línea. El agua está salvada. Madrid no tendrá que rendirse
obligado por la sed. Y se lo deberá, íntegramente, a los luchadores
confederales...
Posición republicana
Pero durante este mes se
cruzan horas amargas y jornadas duras. El enemigo gradúa exactamente la
importancia de este frente. Si lograse avanzar por Guadarrama, Somosierra y
Navacerrada ¿qué lograría? Unos cuantos kilómetros, tal vez algún pueblo de
menguada importancia, pero nada más. Nada trascendental desde luego; nada que
pueda influir de forma decisiva en la marcha de la guerra. Por Paredes, en
cambio... A Prádenas llegan nuevos batallones de requetés, nuevos batallones
peninsulares, unas banderas del Tercio. Llegan, también, elementos en cantidad
extraordinaria. Frente a ellos tan sólo podemos oponer unos corazones de hierro
y un cañón del 7,5.
El cañoncito tiene ya un
nombre. Se llama el «Pequeño FAI». Ha de enfrentarse con baterías completas del
10 y del 15,5, Pero tiene el temple heroico de los compañeros que lo manejan.
En La Serrada primero, en las cercanías de Paredes después, el cañón dispara a
todas horas multiplicando su rendimiento, tratando de contrarrestar la
supremacía del adversario. Los milicianos quieren a su cañón. Saben del efecto
que produce en las filas adversarias. Han visto correr a terciarios y civilones
perseguidos por las explosiones de sus granadas.
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