sábado, 8 de junio de 2013

Paredes de Buitrago. La lucha por el agua


Para ilustrar esta entrada hemos escogigo un estracto del libro “Madrid rojo y negro: milicias confederales” de Eduardo de Guzmán".

Las milicias confederales acuden al punto de mayor peligro. Son varios millares de hombres, curtidos en las luchas contra la burguesía. Muchos han salido de la cárcel el 19 de julio. Todos abandonaron sus casas el primer día de la traición y no volverán a ellas hasta llevar entre sus manos la victoria. Van decididos, resueltos. Pañuelos rojinegros al aire, monos proletarios, el fusil acariciado como una novia.





PARA MADRID HAY, durante todo el mes de agosto, una obsesión: la sierra. Sobre la sierra se vuelcan todos los efectivos del fascismo castellano. Las guarniciones de Valladolid, de Segovia, de Salamanca, de Zamora, de Logroño, de Burgos y de Palencia, con millares de falangistas y requetés se agolpan en los pasos serranos. Mola quiere tomar a toda costa la ciudad de Madrid. Quiere aprovechar los momentos de desconcierto y desorientación, cuando todavía no hay un ejército organizado, para forzar las montañas del Guadarrama y tomar la capital de la revolución. En todas partes, por desgracia para él, encuentra hombres decididos, resueltos, heroicos. Suplen, a fuerza de valor, la falta de conocimientos militares. Caminan hacia la victoria impulsados por el entusiasmo.

 
Mola ha tomado los puertos de Somosierra y del León, pero la valentía indómita de los milicianos le clava en ellos. Intenta luego avanzar hacia El Escorial por Navalperal y Peguerinos y no logra sus propósitos. Después, cuando ya ha recibido los primeros refuerzos de regulares y terciarios, traza un plan decidido y audaz: avanzar por la izquierda del puerto de Somosierra y del León, pero la valentía indómita de los milicianos le clava en ellos. Intenta luego avanzar hacia El Escorial por Navalperal y Peguerinos y no logra sus propósitos. Después, cuando ya ha recibido los primeros refuerzos de regulares y terciarios, traza un plan decidido y audaz: avanzar por la izquierda del puerto de Somosierra para caer sobre las presas que abastecen de agua a Madrid. Madrid, en pleno mes de agosto, sin agua, está perdida. Una ciudad de un millón de habitantes no puede resistir sin agua. Tomar las presas, es conseguir en ocho días la rendición de Madrid.
 

Muy cerca de paredes en lo que fue un campo de futbol y antes del aeródromo ya encuentras las primeras posiciones Nacionales en la misma carretera.


El enemigo lo sabe; los restos de nuestro Estado Mayor también. Pero mientras los fascistas atacan con energía e ímpetu, el Ministerio de la Guerra no sabe qué hacer por organizar la resistencia. En realidad no existe. Todo el viejo armatoste del Estado se ha hundido en menos de una semana. En Guerra quedan unos señores con bastantes galones y estrellas, con despachos suntuosos, con varios teléfonos al alcance de la mano. Pero sin tener a quien mandar ni quien los obedezca. Conocen el peligro que amenaza a Madrid; saben que sin agua estamos perdidos, y se cruzan de brazos desorientados e impotentes.

En las presas del Lozoya hay una compañía de carabineros y unos cuantos guardas de los canales. Están asustados, perdidos. Si los fascistas siguen avanzando, si rompen la débil resistencia que puedan oponerles por un flanco los que combaten en Somosierra, carabineros y guardas no podrán hacer más que morir o huir. El agua estará perdida. Y con el agua, Madrid.
 
Posición nacional pegada a la carretera
 

Las milicias confederales acuden al punto de mayor peligro. Son varios millares de hombres, curtidos en las luchas contra la burguesía. Muchos han salido de la cárcel el 19 de julio. Todos abandonaron sus casas el primer día de la traición y no volverán a ellas hasta llevar entre sus manos la victoria. Van decididos, resueltos. Pañuelos rojinegros al aire, monos proletarios, el fusil acariciado como una novia. En todos los corazones, alegría. En todos los cerebros, la idea fija de ganar cuanto antes la batalla.
 
La noche del 27 de julio se duerme en Torrelaguna. Por la mañana del 28 se emprende temprano la marcha. No se puede perder mucho tiempo. La situación es angustiosa. Los hombres de Galán no pueden moverse de Somosierra, donde el enemigo presiona. Al mismo tiempo, millares de fascistas avanzan sobre las presas. Anteayer mismo tomaron Prádenas del Rincón. Ayer entraron en Paredes de Buitrago. Si hoy lograsen pasar de La Serrada no habría ante ellos obstáculos de ningún género.
 
 
Posición nacional
 

En La Serrada se apean los hombres de los camiones. Mora habla brevemente a los compañeros. Luego, de acuerdo con los delegados, del Comité de Defensa, ordena la formación de grupos, centurias y batallones: «Cada veinte hombres formarán un pelotón que elegirá un delegado. Cinco pelotones forman una centuria. Cinco centurias un batallón...».

En pocos minutos están formados los pelotones, las centurias, los batallones. Los mandos son elegidos por los propios compañeros. Mera es designado delegado general de la columna. Mora mandará un batallón. Eusebio Sanz, una centuria. Pronto cada hombre está en su puesto: «¡Ahora, en marcha! ¡Viva la FAI!».
 
 

La columna marcha por una carretera estrecha que se retuerce entre las montañas. No se sabe exactamente donde está el enemigo, aunque se supone que muy cerca. Hay que avanzar con precauciones, esperando que la batalla se inicie en cualquier momento. No tarda, efectivamente, en comenzar. Los fascistas -tercios escogidos de la Guardia Civil, requetés de boina roja, soldaditos que pelean con la pistola de los oficiales clavada en la nuca- han seguido su avance después de tomar Paredes. Ocupan todas las alturas que rodean el pueblo. Dejan incluso una especie de entrada para envolver en sus fuegos a los milicianos que caminan alegres hacia el combate.
 
 
 
 
Posición republicana
 

A un kilómetro de Paredes empieza el tiroteo. Son primeros disparos sueltos. Es inmediatamente un combate en regla. La traición dispone de buenas ametralladoras, de morteros en abundancia, de cañones. Nosotros sólo tenemos unas pocas ametralladoras y un solo cañón. El enemigo es superior en número y ocupa posiciones ventajosas. Pero nada de  esto contiene ni arredra a los milicianos confederales. Por la montaña arriba, con decisión heroica, trepan las centurias. Por la carretera barrida avanzan otras directamente hacia el pueblo. A la derecha de la carretera, desde una alta montaña que domina todas las cercanías, un tercio de la Guardia Civil dispara sin descanso. La centuria que manda Eusebio Sanz escala los peñascos, combate de risco en risco, corona las alturas a las pocas horas de comenzar la lucha. Mientras, el batallón de Mora penetra en las primeras casas del pueblo. Al llegar a la plaza les hacen fuego desde todas partes. Caen algunos compañeros. Nadie se entretiene en contarlos. Hay que seguir el avance. Otras centurias y otros batallones pelean por el flanco izquierdo, conquistan las lomas, alejan el peligro. A mediodía el pueblo es nuestro ya.
 
 
Posición republicana
 
Pero los fascistas saben toda la importancia que Paredes tiene. Es el camino obligado de las presas. Es la seguridad de conquistar Madrid en un plazo corto, acaso sin disparar un tiro. De Somosierra reciben rápidamente refuerzos. Con ellos se lanzan al contraataque. El momento es difícil para nosotros. Sobre Paredes, sobre La Serrada, sobre las lomas y los caminos empiezan a caer obuses en abundancia. Los hombres, sin embargo, resisten bien. No están acostumbrados aún a la explosión de las granadas. Pero ya saben pegarse al suelo, esperar sin moverse del sitio a que pase la tormenta de hierro y fuego. Cuando, después del bombardeo, los fascistas quieren avanzar, tropiezan con una barrera infranqueable. Durante varias horas hablan sin interrupción ametralladoras y fusiles. Sacrifica el enemigo centenares de hombres. Todo es inútil. Al caer la tarde, las posiciones conquistadas por la mañana siguen en nuestro poder...

Las milicias confederales han frenado en seco el avance fascista hacia las presas del Lozoya. Mola tiene confianza sin límites en esta operación. Pero la operación le falla en sus comienzos. Para ello ha bastado el valor, el ímpetu, la decisión y el coraje de un puñado de anarquistas. Ante sus ilusiones se ha levantando de pronto una muralla de corazones. En adelante, serán inútiles cuantos esfuerzos desesperados pueda realizar para pretender romperla...
 
En el pinar, repoblado posteriormente por presos republicanos, los frentes están a muy poca distancia. Posición nacional.
 
Durante más de un mes se pelea sin interrupción entre los breñales de Paredes, Prádenas, La Serrada y Puebla de la Mujer Muerta. Durante más de un mes se trabaja y pelea a un tiempo. Sin abandonar el fusil, los compañeros excavan las peñas. Poco a poco van surgiendo las primeras fortificaciones, la primera línea defensiva. Después se construye la segunda y tercera. En pocas semanas habrá una intrincada red de trincheras y parapetos entre el fascismo y las presas codiciadas. Pronto, aunque lograse romper nuestro frente, su intento se estrellaría contra la segunda o la tercera línea. El agua está salvada. Madrid no tendrá que rendirse obligado por la sed. Y se lo deberá, íntegramente, a los luchadores confederales...
 
 
Posición republicana
 
Pero durante este mes se cruzan horas amargas y jornadas duras. El enemigo gradúa exactamente la importancia de este frente. Si lograse avanzar por Guadarrama, Somosierra y Navacerrada ¿qué lograría? Unos cuantos kilómetros, tal vez algún pueblo de menguada importancia, pero nada más. Nada trascendental desde luego; nada que pueda influir de forma decisiva en la marcha de la guerra. Por Paredes, en cambio... A Prádenas llegan nuevos batallones de requetés, nuevos batallones peninsulares, unas banderas del Tercio. Llegan, también, elementos en cantidad extraordinaria. Frente a ellos tan sólo podemos oponer unos corazones de hierro y un cañón del 7,5.

El cañoncito tiene ya un nombre. Se llama el «Pequeño FAI». Ha de enfrentarse con baterías completas del 10 y del 15,5, Pero tiene el temple heroico de los compañeros que lo manejan. En La Serrada primero, en las cercanías de Paredes después, el cañón dispara a todas horas multiplicando su rendimiento, tratando de contrarrestar la supremacía del adversario. Los milicianos quieren a su cañón. Saben del efecto que produce en las filas adversarias. Han visto correr a terciarios y civilones perseguidos por las explosiones de sus granadas.
 
 
 
 

 
 
 

 

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