Octavio Alberola
En la mayoría de esos actos, salvo en los organizados por los anarquistas, se insistió en presentar la conspiración de los militares dirigida exclusivamente contra el gobierno de la República elegido tras la victoria del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936, y se obvió -en la mayoría de los casos voluntariamente- el hecho de que ese golpe desencadenó también un proceso de profundas y radicales transformaciones sociales que, durante buena parte del tiempo que duró la contienda militar, hicieron coexistir simultáneamente guerra y revolución.
Sin entrar en el debate semántico sobre si es más apropiado
calificar de “guerra civil”, que de “revolución”, a ese enfrentamiento
político, social y militar entre las llamadas “dos Españas”, si que creo
necesario insistir en la necesidad de no olvidar la batalla de ideas, y más
concretamente de concepciones sociales, que estuvo al origen del golpe de
Estado; pues éste, a pesar de transformarse finalmente en una contienda bélica,
en una brutal guerra de ejércitos, siempre tuvo por fondo el enfrentamiento
entre dos concepciones totalmente diferentes de la sociedad.
Y digo esto porque en el actual debate sobre la recuperación
de la llamada “memoria histórica” se hace todo lo posible, desde los ámbitos
institucionales y también desde los ámbitos de los profesionales de la
Historia, por ocultar, o por lo menos minusvalorar, la importancia del combate
ideológico que se dirimió en España en esos años tan decisivos para la historia
de Europa y del mundo. Un combate que rápidamente dejó de ser una virulenta
polémica política para alcanzar una violencia física extremadamente brutal, de
la cual aún quedan muchos testimonios a desenterrar en fosas comunes en muchos
pueblos de España.
Es por ello que debemos hacer todo lo posible por recuperar,
al interior o al margen de ese “proceso de recuperación de la memoria
histórica”, la mayor información posible sobre ese proceso de transformación
revolucionaria que se puso en marcha a partir del 18 de julio de 1936 y solo
paró, después de muchos meses, allí donde los militares facciosos o los que
obedecían órdenes de Moscú lo aplastaron brutalmente. Es verdad que entre los
nuevos historiadores los hay interesados en realizar esta labor de recuperación
tras haberse independizado de la tutela que, la historiografía oficial o
partidista, había mantenido hasta hace unos años sobre los profesionales de la
historia. Sí, es verdad que buena parte de esta labor está hecha o se está
haciendo. Pero no creo que debamos conformarnos con ello, pues nuestro deber y
nuestro interés es dar a conocer esta información histórica a las nuevas
generaciones. No sólo porque la enseñanza oficial no les ha facilitado el
conocimiento de las causas y de la verdadera historia de la “guerra civil” sino
también porque aún hay mucha gente interesada en que los jóvenes de hoy ignoren
ese pasado o tengan de él una noción simplista o partidista.
Por supuesto, no se trata únicamente de cubrir un déficit de
información histórica sobre nuestro pasado o de propiciar una visión idealizada
de la obra revolucionaria realizada por los anarquistas en aquellos años tan
cruciales para el devenir de la humanidad. No, nuestro principal objetivo debe
ser el de contribuir a que las nuevas generaciones dispongan de una información
veraz para poder analizar objetiva y críticamente el pasado que acabó pariendo
el presente que hoy tienen y tenemos los españoles.
En definitiva, de lo que se trata es de contribuir a esa
labor de recuperación de las luchas y prácticas sociales que dieron una
dimensión revolucionaria a esa contienda política y bélica entre las élites
dirigentes de las dos Españas. Pero de contribuir haciendo también nosotros un
balance objetivo y crítico. Y digo crítico porque no debe ser la nostalgia la
que motive y dirija este esfuerzo sino el deseo, la voluntad de comprender el
por qué España es la que es hoy y nosotros somos lo que somos.
Sin duda, los valores y los objetivos por los que nuestros
compañeros se enfrentaron a los militares sediciosos en 1936 siguen siendo hoy
valores y objetivos válidos y por los cuales vale la pena seguir luchando. Ni
el Capital ni el Estado han dejado de estar al servicio de las clases
privilegiadas, ni los partidos políticos han dejado de ser lo que eran ya entonces:
simples aparatos para que las élites puedan conquistar el Poder y gestionar la
sociedad de clases. Pero no podemos olvidar las transformaciones operadas en el
seno de la sociedad desde entonces. Al contrario, debemos tomarlas en
consideración y a partir de ellas reflexionar para encontrar nuevas formas de
resistencia a las nuevas formas en que la dominación se ejerce hoy.
Esta reflexión debe partir de ese pasado; pero debe
desbordar y proseguir con un análisis de lo que son hoy las relaciones de fuerzas,
entre dominados/explotados y dominadores/explotadores, en las sociedades
desarrolladas y pretendidamente democráticas, porque es en su seno que nos toca
vivir y librar combate para defender nuestra autonomía y luchar por una
sociedad verdaderamente democrática: una democracia de iguales. La demoacracia
que será la democracia “participativa” cuando todos participen de verdad y en
el mismo plano de igualdad en las decisiones que les conciernen.
Querámoslo o no, vivimos en el presente y es hoy y mañana que
debemos actuar. El pasado, el que no vivimos, si lo integramos críticamente,
contribuye a constituir también nuestra experiencia de vida, para, a partir de
ella y nuestras propias vivencias, orientar nuestra lucha por el ideal. Un
ideal que debemos actualizar en función de nuestras aspiraciones, pero también
adecuarlo a las condiciones de la convivencia en la sociedad que nos es
contemporánea. Actualizarlo en el sentido de que nuestras aspiraciones son hoy
cada vez más planetarias y medioambientales, puesto que los seres humanos de
este tercer milenio comienzan a tener conciencia de que el homo sapiens tiene
por patria el planeta Tierra y estamos inexorablemente ligados a su devenir. De
ahí de que debamos adecuar también nuestro ideal a esta nueva situación
histórica.
Concretamente: hoy más que nunca debemos esforzarnos por no
petrificar nuestro ideal y reducir nuestro movimiento a secta. Al contrario,
enriquecerlos con todas las aspiraciones y experiencias que tiendan a potenciar
la autonomía sin menoscabo del interés colectivo. No sólo porque ese es el
principio esencial de nuestro ideal sino también porque es en esta dirección
que se orientan las aspiraciones de cuantos quieren conciliar libertad y vida
en común frente al actual proyecto capitalista de individualización y
masificación de la especie humana.
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