Las milicias
confederales fueron una milicia popular, organizada durante la Guerra Civil
Española por la CNT y FAI, que tuvo un importante papel en la Revolución
Española de 1936. Tras el alzamiento del ejército del 18 de julio de 1936 se
formaron, en las zonas donde fracasó la sublevación, grupos armados de
voluntarios civiles organizados por los partidos políticos y los sindicatos que
se unieron a los restos de las unidades regulares del ejército y las fuerzas de
seguridad estatales que permanecieron fieles a la República:
Durante el
periodo de las milicias, la práctica desaparición de cualquier sector del
ejército, fiel al gobierno y el fermento revolucionario que se estaba
desarrollando por todo el país, fueron las causas de la rápida aparición de un
improvisado ejército de voluntarios, dispuestos a terminar con los últimos
reductos de los sublevados. Las estimaciones más ajustadas hablan de más de
100.000 milicianos en todo el Estado. La mitad de ellos pertenecían a los
sindicatos de la CNT, 30.000 a la UGT, 10.000 al Partido Comunista, 5.000 al
POUM (en su mayor parte, en Cataluña). A las milicias obreras se unió un
contingente de 12.000 guardias de asalto, algunos centenares de guardias
civiles, algunos miles de soldados y apenas 200 oficiales del antiguo ejército.
La formación
típica de estas milicias espontáneas fue la columna. Importante señalar que la
mayoría de los integrantes de las columnas eran anarquistas, los cuales eran
antimilitaristas (muchos incluso habían sido insumisos al servicio militar)
pero la situación bélica les abocó a ingresar en las milicias.
Comité Central de Milicias
Antifascistas
El 21 de
julio de 1936 se crea en Barcelona una organización a la que se llama Comité
Central de Milicias Antifascistas de Cataluña y en la que participan las
distintas facciones republicanas y sindicales, teniendo mucho peso en ella la
CNT-FAI.
En dos
meses, el comité consiguió organizar a 20.000 milicianos que se repartían en un
frente de 300 kilómetros.
Las columnas
Origen de la columna como formación de combate popular
Las
guerrillas castellanas de la Guerra de Sucesión Española (1701-1715) y la
guerra de guerrillas en la frontera luso-extremeña entre 1641 y 1668 pudieron
ser ejemplos tempranos de la utilización de columnas en conflictos armados.
Durante la
Guerra de la Independencia Española se formaron columnas como conglomerados que
agrupaban diversas fuerzas militares regulares o de civiles y servicios de una
escala modesta. Las columnas por su movilidad y autonomía constituyeron una
forma básica de organización para la guerra de guerrillas.
Organización
Las columnas
de los anarquistas se organizaban bajo principios asambleístas y las decisiones
se tomaban a través de la democracia directa, evitándose de esta forma las
jerarquías de mando. Las milicias del POUM —un partido marxista revolucionario
marcadamente antiestalinista y que se convirtió en el principal aliado de los
anarquistas— se organizaban de una forma semejante.
La unidad de
combate más sencilla eran veinticinco individuos que formaban un grupo o
pelotón, con un delegado de grupo elegido por democracia directa y
revocable en todo momento. Cuatro grupos formaban una centuria con un
delegado de centuria y cinco centurias una agrupación o batallón
con su correspondiente delegado. La suma de las agrupaciones existentes daba
lugar a la columna.
Un comité
de guerra asesorado por un consejo técnico-militar coordinaba las
operaciones de la columna. Al frente del comité de guerra se encontraba el
delegado general de la columna. Todos los delegados de todos los escalafones
carecían de privilegios y de mando jerárquico.
Abel Paz,
cuenta en Durruti en la Revolución española como era la organización de
la Columna Durruti:
Comité de
Guerra. Durruti,
Ricardo Rionda, Miguel Yoldi, Antonio Carreño y Luis Ruano. Unidad mayor, la
Agrupación, compuesta de 5 Centurias de a cien hombres, repartidos en cuatro
grupos de veinticinco. Cada una de estas unidades tenía a su frente un delegado
nombrado por la base, y revocable a cada momento. La responsabilidad
representativa no confería privilegio ni jerarquía de mando.
Consejo
Técnico-militar. Estaba
constituido por los militares (oficiales) que había en la Columna. Su
representante era el comandante Pérez Farras, y la misión de este consejo era
asesorar al Comité de Guerra. No disponía de privilegio alguno ni jerarquía de
mando.
Grupos Autónomos. El Grupo Internacional (franceses, alemanes, italianos, marroquíes, ingleses y americanos) , que llegó a contar con unos 400 hombres. Su delegado general, enlazando con el Comité de Guerra, era el capitán de artillería francés llamado Berthomieu, que morirá en septiembre en una acción de guerra.
Grupos Autónomos. El Grupo Internacional (franceses, alemanes, italianos, marroquíes, ingleses y americanos) , que llegó a contar con unos 400 hombres. Su delegado general, enlazando con el Comité de Guerra, era el capitán de artillería francés llamado Berthomieu, que morirá en septiembre en una acción de guerra.
Grupos
Guerrilleros. Misión
línea enemiga. Los formaban: 'Los Hijos de la Noche', 'La Banda Negra', 'Los
Dinamiteros', 'Los Metalúrgicos' y otros.
Algunas
precisiones : Antonio Carreño se llamaba Francisco y Luis Ruano Lucio. El
consejo técnico-militar fue al principio el comandante Pérez Farras pero fue
rapidamente sustituido por el sargento José Manzana. El delegado del Grupo
Internacional se llamaba Louis Berthomieu, y morirá el 16 de octubre en la
batalla de Perdiguera.
Los grupos o
pelotones eran flexibles pudiendo variar el número de milicianos encuadrados en
ellos y por lo tanto la cantidad de grupos incluidos en cada centuria:
La unidad
básica era el grupo, formado generalmente por diez hombres; cada grupo elegía
un delegado, cuyas funciones eran parecidas a las de un suboficial del grado
más bajo, pero sin la autoridad equivalente. Diez grupos formaban una centuria,
que también elegía su propio delegado, y cierto número de centurias formaba una
columna, a cuya cabeza había un comité de guerra.
Carlos
Semprún-Maura
El sistema
favorecía la rápida formación de unidades:
En La Serrada se apean los hombres de los camiones.
Mora habla brevemente a los compañeros. Luego, de acuerdo con los delegados,
del Comité de Defensa, ordena la formación de grupos, centurias y batallones:
'Cada veinte hombres formarán un pelotón que eligirá un delegado. Cinco
pelotones forman una centuria. Cinco centurias un batallón...'
Las
centurias se componían de cien individuos.
Columnas célebres
Los Aguiluchos
La Columna
Los Aguiluchos de la FAI fue la última de las grandes columnas
anarcosindicalistas catalanas. Posteriormente saldrían más milicias de
Cataluña, pero ya no lo harían en forma de columna sino de unidades de refuerzo
de las columnas existentes. En realidad se había previsto que esta columna
fuera una unidad grande —de unos 10.000 combatientes— pero finalmente acabó
siendo un refuerzo de la Ascaso —con unos 1.500 milicianos con 200 milicianas—
y pasó a ser una columna autónoma. Organizada en los cuarteles Bakunin de
Barcelona, fue enviada al frente de Huesca (su cuartel general estaba en
Grañén) el 28 de agosto. Salieron al frente de la columna García Oliver y
García Vivancos con el capitán José Guarner como consejero militar. Ya en
septiembre su jefe, García Vivancos, estaba de acuerdo con la militarización de
la columna. Posteriormente se tuvo que enviar un grupo a casa debido a su
oposición a militarizarse. La columna se convirtió en la 125 BM y participó en
las batallas de Belchite y Fuentes del Ebro, así como en la defensa de Cataluña,
pasando a Francia tras la derrota.
Durruti
La Columna
Durruti salió de Barcelona el 24 de julio, formada por unos 2.500
milicianos, y se dirigió directamente hacia Zaragoza, teniendo como objetivo la
recuperación de la ciudad. Tuvo un primer combate en Caspe, y cuando ya se
encontraba a escasamente 22 km de la ciudad de Zaragoza, los mandos decidieron
frenar el avance por miedo a verse aislados y rodeados. A partir de ese momento
la columna quedó con escasos suministros y no pudo lanzar un nuevo ataque, por
lo que se dedicó a la consolidación del frente defensivo, así como a tareas de
propagar y construir la revolución por tierras de Aragón. Instaló su cuartel
general en la localidad de Bujaraloz, Zaragoza.
En noviembre
Durruti fue llamado para colaborar en la defensa de Madrid, pero no se le
permitió llevarse más que a una parte de la columna (unos 1.400 sobre más de
6.000 milicianos). Finalmente la columna fue diezmada en Madrid y Durruti murió
allí por un disparo a quemarropa de origen desconocido el 20 de noviembre. Le
sustituyó al frente de la Columna Durruti en Madrid Ricardo Sanz. En
Aragón, la columna estaba mandada por Lucio Ruano. Mas tarde, en enero de 1937,
el nuevo delegado general de la columna en Aragón José Manzana acabó aceptando
la militarización de la misma, convirtiéndose así en la 26ª División del
Ejército Popular Republicano (constituida por las Brigadas mixtas números 119,
120 y 121). Ricardo Sanz tomó el mando de toda la columna en abril de 1937.
Esta división combatió en la batalla de Belchite y en la defensa de Cataluña en
enero de 1939.
Posteriormente
sus miembros pasaron por los campos de concentración franceses y algunos fueron
incorporados a la fuerza en el Ejército francés, siendo los primeros en entrar
en París en 1944 para liberar la ciudad. El primer tanque que entró en la
capital francesa tras la ocupación nazi se llamaba "Guadalajara",
dentro del cual había diversos miembros de esta Columna anarquista. Se trataba
de la 9ª Compañía blindada (conocida por su nombre en español La Nueve),
de la 2ª División blindada de la Francia Libre.
Sur-Ebro
La columna
"Sur-Ebro", delegada por el ebanista Antonio Ortiz Ramírez (miembro del
grupo "Nosotros"), con el teniente coronel de Infantería Fernando
Salavera como consejero militar, saldría de Barcelona el 24 de julio de 1.936
por carretera, con unos 2.000 hombres, bastantes de los cuales eran ex-soldados
y clases del Regimiento nº 34, y tres baterías de artillería. Su primer
objetivo, Caspe, dominada por una compañía de la Guardia Civil y unos 200
falangistas aragoneses, bajo el mando del capitán Negrete. Tras vencer la tenaz
resistencia del enemigo, los milicianos, que perdieron unos 250 compañeros,
ocuparon la villa, siguiendo hacia Alcañiz, que fue tomada tras breves
combates, Entonces, la columna se subdividió: una parte de ella quedó situada
en la línea Híjar-Escatrón y la otra se dirigió hacia Belchite, ante cuya
población quedó atrincherada tras ocupar Sástago, La Zaida y Azaila.
A primeros
de septiembre, a la unidad de Ortiz se le agregó una pequeña columna: la de
Carod-Ferrer, que acababa de ocupar el pueblo natal de Goya, Fuendetodos, y se
parapetó ante Villanueva de Huerva, Saturnino Carod Lerín, aragonés de raíz,
era un destacado dirigente anarcosindicalista barcelonés, mientras que su
"asesor técnico" era el teniente de la Benemérita José Ferrer Bonet.
Junto a este grupo se encontraba también otra partida, la columna Hilario-Zamora,[6]
que como jefe civil dirigía el anarquista Hilario Esteban y como jefe militar
el capitán de infanteria del regimiento de Almansa 15 Sebastián Zamora, junto
al capitán Santiago López Oliver. Esta columna procedía de Lérida. Estos dos
grupos acabaron por unificarse con la Columna "Ortiz". Lo que también
hicieron poco después los 600 soldados llegados de Tarragona, al mando del
coronel Martínez Peñalver, al decidir éste su vuelta a Barcelona, por no
entenderse según él, con el anarquista Ortiz. Recibirían también refuerzos de
algunas columnas valencianas.
El General
Pozas, jefe del Ejército del Este, decidió quitar a Ortiz del mando de la 25
división, y situó en su lugar a García Vivancos en el verano de 1937 después de
las batallas de Belchite (23 de agosto - 6 de septiembre) y Fuentes de Ebro,
donde encontró que Antonio Ortiz era poco cooperativo.
Tierra y Libertad
Tras la
Columna comunista catalana "Libertad", llegada a mediados de octubre
del 36, llegaría a la capital madrileña la columna "Tierra y
Libertad" con mil quinientos voluntarios, bajo la responsabilidad de
Federica Montseny y por Diego Abad de Santillán. Su delegado fue el portugués
Germinal de Souza. La columna libertaria se formó con voluntarios procedentes
de la malograda expedición a Mallorca. Sin embargo, al parecer, la columna se
formó a espaldas del Comité Central de Milicias. Al parecer y según el
testimonio de García Oliver, la formación de esta columna fue motivo de roces y
de enfrentamientos entre los dirigentes de la CNT en el Comité Central de
Milicias.
Columna de Hierro
Tras el
levantamiento fascista del 18 de julio, el grupo "Nosotros", formado
por los anarquistas valencianos José Pellicer, Segarra, Cortés, Rodilla y Berga
se convertiría en el impulsor principal de la Columna de Hierro, junto a
personas de la talla moral y revolucionaria de Rafael Martí ("Pancho
Villa"), Francisco Mares, Diego Navarro o Pedro Pellicer, hermano de José
Pellicer.
La Columna
de Hierro colaboró con los campesinos de las poblaciones en las que se
desplegó, mostrándoles la manera de ser libres. Las primeras experiencias de
comunismo libertario tuvieron lugar al calor del combate de los milicianos. Más
que ninguna otra, ni siquiera la Columna Durruti, la Columna de Hierro actuó a
la vez como milicia de guerra y como organización revolucionaria : levantó
actas de sus asambleas, publicó un diario (« Línea de Fuego »),
publicó manifiestos y lanzó comunicados, porque necesitaba explicar sus
acciones en la retaguardia y justificar sus movimientos y sus decisiones ante
los trabajadores y los campesinos. Una organización tal predica con el ejemplo
y deja constancia de él. Esa fue su principal particularidad que Burnett
Bolloten rescató en su libro El Gran Engaño.[7]
La Columna
de Hierro se convirtió en el referente de aquellas personas que creían que la
Revolución se había de llevar hasta sus últimas consecuencias tanto en el
frente como en la retaguardia. José Pellicer fue el mayor oponente a la
militarización de las columnas y a la burocratización de las organizaciones
libertarias.
La
militarización de la Columna de Hierro, su conversión en 83 Brigada Mixta, de
la que fue comandante José Pellicer, la traición o abandono de los postulados
libertarios de la mayoría de los responsables de la CNT y la FAI en aras de las
circunstancias y del posibilismo, llevó a Pellicer a un enfrentamiento
encarnizado con la dirección de ambas organizaciones. Desde la revista y
editorial Nosotros intentó reforzar a contracorriente el pensamiento
anarquista, proyecto truncado por su detención y posterior ingreso en las
prisiones del SIM (servicios secretos de la República).
Un miliciano
de la Columna de Hierro escribió en marzo de 1937 un célebre manifiesto de
protesta contra las compromisiones de las organizaciones anarquistas con el
gobierno republicano y contra la militarización de las milicias.
Ante la
escasez de medios y materiales para el combate, se recurrió a proteger con
planchas de acero de diferentes grosores algunos vehículos pesados como
camiones, autobuses o maquinaría agrícola que empezaron a ser conocidos
informalmente como "tiznaos" por sus dispares colores de
camuflaje. El blindaje de estos vehículos acorazados improvisados no solía ser
muy eficaz pues las planchas de acero estaban desigualmente unidas, o no tenían
el grosor suficiente, al extremo que en algunas pocas ocasiones los
"tiznaos" incluían colchones como medida de protección. Sucedía
también que a veces, al querer instalar a los vehículos planchas de un mayor
grosor para aumentar la protección, se perjudicaba la maniobrabilidad y la
velocidad del vehículo. Debido a las deficiencias en blindaje o manejo, los
"tiznaos" más improvisados eran puestos fuera de combate rápidamente.
Aquellos que habían sido construidos con más cuidado y contando con más mejores
técnicos duraban más, llegando algunos a sobrevivir a los tres años de la
guerra.[8]
Era común
que los "tiznaos" estuviesen llenos de pintadas con el nombre de la
columna a la que pertenecían y las siglas de algún partido, sindicato, u
organización obrera a la cual se adherían los milicianos que los uasaban.
Guerra y revolución
Para la CNT,
la FAI y el POUM, y al contrario que el PCE, el PSUC, el PSOE y otras fuerzas
republicanas, la guerra y la revolución eran inseparables, como se puede comprobar
en estas palabras de Buenaventura Durruti:
¿Habéis
organizado ya vuestra colectividad? No esperéis más. ¡Ocupad las tierras!
Organizaos de manera que no haya jefes ni parásitos entre vosotros. Si no
realizáis eso, es inútil que continuemos hacia adelante. Tenemos que crear un
mundo nuevo, diferente al que estamos destruyendo. Si no es así, no vale la
pena que la juventud muera en los campos de batalla. Nuestro campo de lucha es
la revolución".
A tal efecto
las milicias ayudaban e impulsaban la formación de colectividades en los
pueblos por donde pasaban. En Aragón se formaron 450 colectividades agrícolas
que afectaron a 423.000 personas, las cuales estaban integradas en el Consejo
de Aragón. Estas colectividades constituyeron una fuente de apoyo en la retaguardia
para las milicias, además de que probablemente suponían el máximo acercamiento
al ideal de vida anarquista por el que se había luchado en España desde el
último tercio de la centuria decimonónica.[9
Militarización de las milicias
Ya durante
la Guerra y hasta nuestros días ha sido un asunto polémico sobre el que se ha
debatido acaloradamente. Para entender la visión anarquista, desde dentro, de
lo que eran las milicias y su oposición a la militarización y a la
formación de un ejército tradicional cabe entender el punto de vista que
Durruti pone de manifiesto en estas palabras en el verano de 1936:
"Pienso
-y todo cuanto está sucediendo a nuestro alrededor confirma mi pensamiento- que
una milicia obrera no puede ser dirigida según las reglas clásicas del
Ejército. Considero pues, que la disciplina, la coordinación y la realización
de un plan, son cosas indispensables. Pero todo eso no se puede interpretar
según los criterios que estaban en uso en el mundo que estamos destruyendo.
Tenemos que construir sobre bases nuevas. Según yo, y según mis compañeros, la
solidaridad entre los hombres es el mejor incentivo para despertar la
responsabilidad individual que sabe aceptar la disciplina como un acto de
autodisciplina. Se nos impone la guerra, y la lucha que debe regirla difiere de
la táctica con que hemos conducido la que acabamos de ganar, pero la finalidad
de nuestro combate es el triunfo de la revolución. Esto significa no solamente
la victoria sobre el enemigo, sino que ella debe obtenerse por un cambio
radical del hombre. Para que ese cambio se opere es preciso que el hombre
aprenda a vivir y conducirse como un hombre libre, aprendizaje en el que se
desarrollan sus facultades de responsabilidad y de personalidad como dueño de
sus propios actos. El obrero en el trabajo no solamente cambia las formas de la
materia, sino que también, a través de esa tarea, se modifica a sí mismo. El
combatiente no es otra cosa que un obrero utilizando el fusil como instrumento,
y sus actos deben tender al mismo fin que el obrero. En la lucha no se puede
comportar como un soldado que le mandan, sino como un hombre consciente que
conoce la trascendencia de su acto. Ya sé que obtener esto no es fácil, pero
también sé que lo que no se obtiene por el razonamiento no se obtiene tampoco
por la fuerza. Si nuestro aparato militar de la revolución tiene que sostenerse
por el miedo, ocurrirá que no habremos cambiado nada, salvo el color del miedo.
Es solamente liberándose del miedo que la sociedad podrá edificarse en la
libertad".
Finalmente,
la militarización de las milicias confederales se llevó a cabo en contra de la
voluntad de sus integrantes desde otoño de 1936 -con el gobierno de Largo
Caballero y su Decreto de militarización de las Milicias Populares y la
aprobación de los miembros de la CNT con carteras gubernamentales-, hasta
entrado 1937, periodo en el que no faltaron numerosos conflictos en torno al
asunto. Un conocido ejemplo fue el del fundador de la Columna de Hierro, José
Pellicer, el cual se opuso a los cenetistas que habían decidido colaborar con
el gobierno que decretaba la militarización. Y es que los sucesivos decretos
del Gobierno restauraron obligatoriamente la disciplina castrense propia del
antiguo Ejército, al tiempo que establecieron organizaciones de logística y
suministros bajo criterios militarizados. Finalmente, tras la Batalla de Madrid
de noviembre de 1936, el Gobiernó negó los servicios de intendencia y
municiones a las milicias que se resistieran a la militarización.
Así, las
milicias se convirtieron en regimientos o divisiones de un Ejército regular -el
llamado Ejército Popular Republicano-, y los milicianos se convirtieron en
soldados sujetos a la disciplina militar tradicional. La Revolución estaba en
declive. No obstante, hasta el final de la guerra, algunos militantes
confederales como Gregorio Jover o Cipriano Mera demostraron grandes cualidades
de estratega en la dirección del nuevo Ejército Popular.
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